El primer DJ latinoamericano de la elite global Hernán Cattaneo
El primer DJ latinoamericano de la elite global.
Hernán es el primer DJ superstar de la Argentina, un pionero. Lo que Maradona fue para el fútbol, él lo es para la música dance. La primera vez que lo vi en un show en Buenos Aires me sorprendió: su enfoque, estilo y comprensión del oficio me parecieron únicos. Su forma de trabajar, de mezclar, de manejar los climas, todo era destacable. Hernán es un storyteller, un DJ que necesita tiempo para tocar y expresar la narrativa, el viaje que vas a emprender junto a él. La manera en la que Cattaneo elige la música y la lleva al vivo lo separa del resto: un oficio que a cualquiera le da muchísimo trabajo, en él parece natural. Hernán es una persona hermosa con un corazón de oro. Si alguna vez tenés la oportunidad de conocerlo, siempre va a tomarse su tiempo para saludarte.
Paul Oakenfold
Lee una parte del libro en este link.
https://www.planetadelibros.com.ar/libro-el-sueno-del-dj/288105
Para los que nacimos a mediados de la década del sesenta, el año
2000 sonaba como un futuro tan lejano que parecía que nunca iba
a llegar. Creíamos que en esa fecha podía cambiar algo y en mi caso
se cumplió justo antes. En 1999 yo era el DJ residente de Pachá,
el mejor club de Buenos Aires. Tenía sueldo fijo y era parte de la
escena electrónica desde sus inicios más analógicos. No necesitaba más trabajos ni me interesaba hacerme ver, casi no iba a otras
discotecas. Sin embargo, me llegó un ofrecimiento al que no me
pude resistir. El 21 de mayo en Museum iban a tocar los Chemical
Brothers y Paul Oakenfold, el 22 sería el turno de los Chemical en
soledad. Para el 21 buscaban un disc jockey que pudiera abrir y
habían pensado en mí. Yo pedí permiso en Pachá y por suerte no
hubo problema. No lo sabía pero esa noche mi vida iba a cambiar
mucho, muchísimo.
El line-up no podía ser mejor. Oakie era el DJ más famoso del
mundo y acá ya tenía su público porque había venido varias veces,
en el 93 había tocado en El Cielo y luego volvió a Pachá. Además,
había mucha expectativa con los Chemical porque era la banda
electrónica más potente (y bailable) que había en vivo. Yo estaba más bien de relleno, ni siquiera aparecía en el flyer, mi misión
iba a ser el warm up. El problema empezó cuando los Chemical
Brothers dijeron que querían tocar a las diez de la noche. Los organizadores les avisaron que no iba a haber nadie porque la gente
en Buenos Aires está acostumbrada a que el show empiece más
tarde. No les importó, lo único que querían era tocar temprano y
así fue. Después sería mi turno y Oakie cerraría. Apenas ese orden
quedó definido, tuve todo muy claro: iba a tener que planchar la
pista. El desafío no sería que todos bailaran (de eso se encargarían
los demás), sino generar algo que fuese útil para lo que iba a venir
después que yo, o sea, Paul.
Cuando vimos el ensayo de los Chemical nos dimos cuenta de
que el show iba a ser una aplanadora. Sonaban tremendo y acá no
habían venido bandas de música electrónica en tan buen momento. Salieron a tocar superpuntuales y los que estaban en Museum
fueron realmente afortunados. El show fue tan power que, cuando
terminaron, habría que haber cerrado Museum. Como dicen en
España, la gente ya lo había dado todo. Era mi turno, ¿qué podía
proponer después de “Hey boys, hey girls, superstar DJ’s, here we
go!”? Lo que hice, con buen tino de DJ, fue tirar la fiesta para abajo.
Nadie podía seguir bailando después de ellos, era ilógico. Siempre
había sido criterioso y de perfil bajo, por eso no me costó tomar
esa decisión. Hice setenta y cinco minutos de deep house para que
la gente descansara y después volviera a estar dispuesta para Paul.
Muchos de los que estaban ahí, casi todos, me conocían y sabían
que habitualmente yo hacía sets más veloces. En Pachá estaba acostumbrado a 128, 130 revoluciones por minuto (bpm), nada que ver
con la propuesta de esa noche. “Dale, subí”, escuchaba que me gritaban, yo seguía a volumen muy bajo, como si fuese un intervalo.
Veía a la gente en la pista cruzada de brazos pero no me importó,
fue como un sacrificio que hice muy convencido. Tenía treinta y
tres años, ya había aprendido que el control es del disc jockey y él
es el único que toma decisiones, no hay espacio para pedidos ni
sugerencias. A mi juicio, en Museum todos necesitaban un respiro.
No sabía que Paul estaba escuchando todo, ni podía suponer que
se interesara por mi set. Cuando vino a tomar la cabina, me dijo:
“Gracias por este gesto, no me lo voy a olvidar”. Y no lo hizo. Tres
Unos de sus set:
“durante más de veinte años viajé
por todo el mundo pasando música.
después del encierro que sufrimos
por la pandemia, sé que puede
sonar divertido, pero dos décadas es
mucho tiempo y pasé miles de horas
en las que estuve solo y, a la vez,
rodeado de extraños”.
Meses después me ofreció ser su telonero en una gira por todo el
mundo. Por suerte tenía el pasaporte al día.
Durante más de veinte años viajé por todo el mundo pasando música. Después del encierro que sufrimos por la pandemia, sé que puede
sonar divertido, pero dos décadas es mucho tiempo y pasé miles de
horas en las que estuve solo y, a la vez, rodeado de extraños. Ya no
me emocionaba tanto la rutina de los aeropuertos, el sellado de los
pasaportes, las esperas en los lounges, las demoras, las conexiones,
los despegues, los descensos, pero lo hacía una y otra vez, porque al
llegar a destino me esperaba la mejor sensación de todas: compartir
música con los demás. Una de las últimas veces que viajé a Estados
Unidos le pregunté al oficial de migraciones si aparecía en su computadora la cantidad de veces que había entrado. Me dijo que sí, pero
que no estaba autorizado a leerlo en voz alta. Yo calculo que fueron
entre 150 y 200. Frequent flyer puse en mi perfil de Instagram porque era la pura verdad: trabajaba alrededor del mundo, en tránsito
perpetuo, como dice Charly García. El cuerpo se acostumbró a los
vuelos, al volumen de las discotecas, a las camas de los hoteles. Mi
sueño se regía por las veintitrés horas de Argentina para estar en
sync con mi familia. Tomaba doscientos aviones por año, miles de
kilómetros recorridos y por momentos extrañaba la facilidad con la
que resolvíamos todo en Caballito cuando era chico.